INCERTEZAS

Un noche, ordinaria e intrascendente como cualquier otra, después de haber hecho el amor, me senté en la venta del cuarto a ver la luna brillar. Mientras fumaba un cigarrillo y saboreaba el espeso humo entre mis labios, se cruzó por mi cabeza que lo odiaba. Lo odiaba mucho, más de lo que alguna vez me creí capaz.

Aún lo odio, sí, con todo mi corazón. Odio la manera en que él me mira, confundiéndome, apabullándome. Su miraba perdida como deseando que desapareciera, haciéndome transparente, borrándome de sus coordenadas. Odio lo insoportable de sus besos que siempre se demoran y me dejan esperando a centímetros de su boca, matándome de agonía.
Odio el sonido de su voz y escucharlo hablar. Odio amarlo por lo dice, por cada una de las palabras que salen de su boca. Odio que me tenga así, como hechizada.
Odio tantas cosas en él. Odio ese maldito no saber, ese aura de misterio que lo envuelve y lo hace, por momentos, inaccesible. Pero, por sobre todo, odio quien soy, quien me vuelvo cuando estoy cerca suyo.  No puedo soportarlo. Ya no me reconozco.

Por las noches, solía aplastarme sobre su cuerpo, blando y moreno, lleno de puros contornos indefinidos. Me gustaba acariciar con la yema de mis dedos, sus pestañas, tan negras como su alma. Encontraba placer en creer que lo entendía, en imaginar que podía adivinar sus más rebuscados pensamientos.

Pero no, él tenía, y siempre tuvo, la capacidad de asfixiarme de incertezas. 

Está lloviendo afuera. Sopla el viento y se enloquecen los árboles y no puedo sacar de mi cabeza que te odio. Mejor aún, te detesto. La forma en que permanecíamos por horas de espaldas en la cama, sin mirarnos, sin que se te erice el pelo con mi respiración.

Me pregunto, si tal vez sea que todo este tiempo te estuve mirando con los ojos equivocados. Me pregunto dónde tenía la cabeza cuando te conocí. Será que estaba un poco perdida, o tal vez, tan sólo un poco ebria. Me pregunto si no fuiste sólo una excusa, un pasatiempo, un juego que ya no me resulta divertido.

Me pregunto, por cuánto tiempo podré seguir preguntándome, preguntándonos. 

Porque si de verdad todo lo que fuiste para mí era una excusa, yo ya no te sé inventar.

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