MARTHA


Valen y Jonah estaban en la terraza del hostel fumándose un porro. Juana dormía y Sofía llevaba algún tiempo ya, perdida en los brazos de Julián.  Entonces, Martha estaba sola esa noche aunque, en realidad, eso no le importaba nada de nada.

Mientras se acercaba a nosotras, tranquila y divertida, me pareció que la conocía de otra vida. Emanaba esa clase de loca sabiduría que los extraños suelen tener. Cuando la escuché hablar por primera vez, me di cuenta de que es de esas personas a las que no les gusta que le digan lo que hacer.

Sentada como indio, nos miró a los ojos y nos confensó sus ansiedades:

- Hoy va a pasar algo. No sé muy bien qué, pero algo va a pasar.

Su afirmación me desconcertó, me puso un poco nerviosa pero ella, como si nada, siguió hablando. 
Con una seriedad ancestral en su rostro, nos explicó, a mis amigas y a mí, que la H en su nombre la hace sentir que destaca entre tanta monotonía. Comprendí, casi de inmediato, que así es ella, única, auténtica.
Martha tenía puesta una remera de los Foo Fighters, llevaba el pelo ondulado, un jean muy desgastado, y una actitud como para llevarse la vida por delante. Sin embargo, esa noche, Martha pidió prestada un par de amigas. Nos pidió prestadas.

Su voz áspera se agravaba, aún más, con cada trago de Campari que daba. Ella estaba convencida de que, exactamente, a las cuatro de la mañana algo iba a pasar. Ella quería que pasara, casi que lo necesitaba. Esta noche, como tantas otras, no había salido como lo imaginaba.

- A veces, cuando estoy sola en casa y mis amigos me preguntan si salí esa noche, les mando audios con alguna música electrónica de fondo y balbuceando incoherencias para simular que estoy en pedo y pasando mi mejor momento.

Martha es alguien cool, incluso cuando no lo es. Yo lo sé. Pero, esa noche, estaba sola y, por momentos, hasta me hace acordar a mí. Aunque, pensándolo bien, yo no le llego ni a los talones. Soy torpe y poco agraciada, apenas y conozco algo de lo que se considera "buena música" y, por sobre todas las cosas, no soy tan relajada como para aceptar que por una noche mis amigas no hayan querido estar conmigo.
Ya eran las tres de la mañana y todas empezabamos a delirar un poco. Alguien trajo una botella de ron y decidimos atacar. Martha se había vuelto insistente con que algo va a pasar y, por un momento, quise creerle. Pero, luego, ya no lo hago. Tengo que aceptar la realidad de que somos sólo un par de perdedoras tomando para ahogar la soledad. 
Me empieza a dar vuelta todo alrededor.

Estaba bastante oscuro, pero al final del pasillo veo una puerta abrirse y escucho voces que murmuran. Era Jonah. Estaba sólo ahora y me miraba. Me miraba de forma retorcida, directo a los ojos. Me miraba como nunca nadie me había mirado. Yo sé lo que quiere, le entiendo aunque no haya dicho palabra. Quiere invitarme a pasar la noche con él, y yo muero de ganas. Se sienta a mi lado y le comparto de mi cuba libre, ya caliente y sin sentido. Se lo toma todo, amablemente,  mientras sigue mirándome. Me recorre todo el cuerpo con la mirada. Es, como si se imaginara todo lo que va a hacerme si tan sólo supiera como hablarme, como acercarse a mí. Pero no supimos que decirnos. Nos venció la timidez. Creo que yo lo intimedé un poco. No logro mostrarme accesible. 
Justo cuando estaba por susurrarle algo, Valen apareció y, agarrándolo por el brazo, se lo llevó lejos, a su habitación. Él, no se volvió a mirarme. 

Martha estaba acurrucada en el piso alfombrado del pasillo, ahora. Los ve irse a ambos de la mano y cómo si de alguna manera hubiera adivinado lo que estaba pensando me dice:

- Las personas no son de nadie, no nos pertenecen, sabelo.

Me quedé imaginando que, tal vez, otra noche lo encontraría sólo y charlaríamos un poco o, simplemente, nos besaríamos.

De repente, Martha miró su reloj y ya eran las cuatro con cinco minutos y para su decepción, nada había pasado. El sol saldría dentro de una hora, el desayuno se serviría puntual a las 10 y los que se habían ido volverían escabulliéndose a sus cuartos.

Nunca entendí bien qué esperaba, Martha, que pasara. Sí, pretendía alguna manifestación trascendental del universo o un simple momento que lo cambiara todo, pero, por un rato, todas jugamos a creer que pasaría algo, que nuestras vidas tenían un poco de sentido y que estábamos allí, esa noche, sentadas en el pasillo de un hostel por alguna mágica razón. Tal vez, esa noche sólo nos tocaba ser espectadoras de las idas y venidas, de las miradas y los encuentros ajenos.

Saludé a Martha en la mejilla alrededor de las cinco de la mañana. Su piel tenía olor a cigarrillo mezclado con el dulzor extraño de su perfume. Cuando me desperté, la mañana siguiente, ya se había ido. Esa era su última noche y la había pasado con nosotras, charlando con extrañas sobre las rarezas de la vida.
Me di cuenta, de pronto, de que algo sí había pasado: esa noche nosotras también nos habíamos encontrado y, había sido tan perfecto, que sólo duró una madrugada.




© MELISA FALCÓN

No hay comentarios:

Publicar un comentario