CHARLANDO CON MAMÁ

- CONFESIONES PRESTADAS Y LEVEMENTE FICCIONADAS -

IMAGEN DE TUMBLR

Mi mamá dice que no puedo ir sola, que es bastante arriesgado. Sus exactas palabras fueron "Dejámelo pensar, pero sabé que mi respuesta va a seguir siendo no".  Ella hace que todo suene como una completa locura, como si en realidad, yo estuviera proponiéndole la idea de convertirme en terrorista.  Desde el umbral del la puerta de mi habitación, en dónde está parada, puedo leer su nerviosismo. Mi pedido la aturde. Frunce la comisura de los labios, sigue parloteando.


Yo sé que siente miedo, yo también lo siento, pero tengo veinte años y no puedo depender de ella por siempre. Además, quiero ir. Quiero ir mucho mucho. Quiero ir con todas mis fuerzas.

Mamá no para de insistir con que me voy a arrepentir. No se cansa de repetirme que cuando vuelva a casa me voy a dar cuenta de que cometí el error más grande de mi vida, que fui una tonta.  Pero yo, yo me quiero equivocar. Estoy lista para equivocarme. Lo necesito. Estoy tan cansada de que todo en mi vida tenga que ser perfecto, que todas las fichas tengan que caer siempre en el lugar. Nada divertido pasa en mi vida, nada fuera de lo normal. Además no creo que "equivocarme" sea el verbo que mejor defina lo que quiero hacer.

La cabeza de mamá no para ni un segundo, aunque supongo que eso es típico de todas las madres. No, definitivamente, la mía es peor. Yo sólo quiero dar el paso y se lo digo, pero ella ve todo "el asunto" como algo problemático y digno de locos de atar. Y, en realidad, es algo tan natural. Ella no quiere que se hable del tema y, por su puesto no me deja investigar. Hasta ahora su método funcionaba, pero hoy le salí con esto de que quiero irme y se paralizó ante la idea de tener que hablar de eso que pensó que aprendería sola y mucho más adelante. Una vez casada si era posible, mucho mejor.
Ella piensa que voy a saltar porque todos saltan.  No confía en mí.  Me intoxica con todo su delirio trágico. Es asfixiante.

Mamá está preocupada, aunque no sé muy bien por quién. Si es por mí o más por ella.  Dice que "de eso no se vuelve", que eso "no tiene solución" y mientras termina de escupir sus palabras pienso que sí debería, que claro que debería tener solución. Pero, en este país, a nadie pareciera importarle votar a nuestro favor. Entonces no, mamá tiene razón en eso; si te equivocas, no tiene solución. Igual, no quiero pensar en eso, porque ella  ya está apresurando conclusiones, subiendo de a dos los escalones. La miro perpleja, no puedo creer que, siquiera, lo esté insinuando. Yo sólo le pregunté si podía ir.

En realidad, a mamá nada de eso le importa. Lo que de verdad la altera, es lo que vayan a pensar los demás. Y no se lo calla. Me lo grita bien fuerte, bien claro: "¿Qué va a decir la gente, nena?". Las palabras salen de su boca como escritas en mayúscula. Con toda la severidad y el peso de la vergüenza que mamá anticipa que va a sentir. Lo que ella no quiere es tener que tragar el sabor amargo del "que dirán".

"Me voy a ir igual ", me convenzo, mientras me subo a lo alto de un banco para agarrar las valijas que están arriba del armario. Ella sigue hablando. A lo lejos, la escucho murmurar una frase que podría bien haber salido de la boca de alguna mujer abochornada, allá por las épocas victorianas: "¿Vos estás loca?. ¿¡En que estás pensando!? ¿¡Vos y él bajo el mismo techo!? ¡Por favor!, ¿¡A quién se le ocurre?.

El problema, mi problema, es que ella siempre hizo las cosas bien. Toda su vida fue una sucesión de eventos de una prolijidad impecable. Todo a tiempo, guardando siempre las formas. Y yo estoy tan cansada de que sólo vea mis errores. En su mente, sólo piensa que yo no sé cuidarme.
Ese maldito tono agudo, afónico de desilusión con el que ha catalogado cada episodio de mi vida, vuelve a surgir cuando le insisto en que me deje ir. Va..., ya no le pregunto, se lo sugiero, se lo doy a entender. Me voy a ir.

Pero no entiende, es cuadrada.  Y yo, tengo tantas ganas de gritarle una gran verdad. Me gustaría decirle que todo lo que hace no me sirve, no me sirve en lo absoluto. Decirle que desde 1960 las mujeres tenemos otra opción, que viene en forma de toma diaria  y evita disgustos mayores, pero ella no me quiere escuchar. Pienso que mejor, ni hablar del día después.

Muchas veces se me ha dado por imaginar su vida, pensar si alguna vez su alma estuvo un poco menos atormentada. Si alguna vez fue libre, rebelde, dueña de su cuerpo. Trato de imaginarlo, en serio, lo intento. Pero siempre la veo igual, como una extensión de alguien más. En mi memoria siempre ha estado al lado de mi papá.
Entonces pienso que quiero preguntarle algo más, algo que siempre me dio intriga saber. Pero tengo miedo de preguntar, ella no lo entendería. Cómo se me ocurría preguntarle si alguna vez ha tenido que abortar si ella siempre hizo todo bien. ¡Que estúpida de mí!
No, ella no habla, ni me habla de "esas cosas".  Y si llegara a preguntarle, mamá ensayaría respuestas de todo tipo. Elegantes como "Las mujeres no hablan de esas cosas, nena" o histéricas, paranoides como "¿Porque me preguntás? ¿Qué hiciste, nena? ¿Vos no habrás tomado...?" No tengo ganas de lidiar con eso, así que no, no le pregunto nada. Nada de nada.

Mamá tiene miedo, y yo también.
Ella me dice que cuando quiera dar el paso tengo que estar segura de que él me ame, que sino, me voy a arrepentir.  Pero ni el miedo es excusa para no dejarme ir ni el amor es un seguro.
Porque en algún momento me voy a ir, en algún momento lo voy a hacer, y ni el amor ni ella me van a poder proteger de morirme de alguna enfermedad o tener que alimentar una boca más.



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